Palacio del tiempo (Tiempo y ciencia IV)_Pepe




Dicen los viajeros que se han internado en el Palacio del Tiempo que desde todas sus estancias se ve la Luna. Son, pues, sus muros y paredes, techos y tejados, invisibles, y se les supone hechos de un fluido ligero pero tan duro y resistente que ni el diamante puede comparársele o el impacto más brutal, derribarlo. No obstante, si se acerca el oído hasta rozarlo, se escucha un incesante rumor de engranajes, de campanas cercanas y lejanas, de multitud de tic tacs, cucús y zumbidos electrónicos. Aunque también, si el viajero así lo desea, las melodías más sugerentes o las más evocadoras canciones. O el silencio, un silencio singular en el que, a decir de algunos, se disuelve el espíritu y se vislumbra la armonía interna de las cosas.

No existe ningún otro palacio semejante en cuanto a dimensiones. Nadie que haya subido a sus torres más altas o se haya aventurado en los muros que lo cierran han regresado, pues la empresa dura toda una vida, pero se cuenta, tal vez solo habladurías, que, aun sin coronar su cota mayor, puede verse la curvatura de la Tierra y que para alcanzar sus confines hay que atravesar ríos y mares donde la pesca es abundante, desiertos, selvas y campos de labranza, cordilleras y llanuras inmensas, en las que se pierde la vista. 


Se dice también que en el Palacio del Tiempo no hay reyes ni príncipes, corte o servidumbre, y que nadie lo habita para siempre. Algunos viajeros han querido dejar escrito su nombre en un libro que supuestamente se halla a la entrada, pero, incapaces de encontrarlo, han desesperado y rabiado de envidia y hasta odiado a aquellos que, bien de viva voz, bien por terceros, aseguran haberlo conseguido. No obstante, no son pocos los viajeros que lo consideran un empeño vano, pues, una vez completados, los libros se apilan en filas interminables de anaqueles que raramente, o sencillamente nunca, son visitados.

De cualquier forma, hay quien afirma que el solo hecho de visitar el Palacio del Tiempo colma sus expectativas. Es suficiente para ellos conocer viajeros de lugares jamás imaginados y escuchar de sus bocas relatos preñados de fantasía, de amor o de intriga, de gobernantes tiranos, por citar solo unos ejemplos, tal vez los más comunes. Otros, en cambio, están convencidos de que existe otro palacio que supera en dimensiones y armonía al Palacio del Tiempo, y con cierta prepotencia proclaman que este no le llega ni a la suela de los zapatos. Y esto, parece ser, es algo que no tiene arreglo, de modo que vuelan las mofas y los pitorreos entre unos y otros, y no pocas veces también duros alegatos e inquinas. Ellos sabrán. 


En otro orden de cosas, nadie sabe a ciencia cierta quién construyó el palacio o cuándo, y tal vez algunos exageran al decir que en realidad nadie en concreto lo hizo, que existe desde siempre. De todos modos, fuese como fuese, es inevitable pensar que en su construcción participaron arquitectos que nadie después ha igualado en sabiduría y tampoco en destreza y audacia. No es de extrañar entonces que por el mismísimo corazón del Palacio del Tiempo cruce un rio caudaloso, ancho y profundo, al que desde hace ya bastante los viajeros gustan referirse como Río de Platón, ya que por él se dice que fluye la eternidad. Y es justo en el corazón del palacio donde el curso del río se bifurca y emerge la isla circular en la que se ubica lo que con unanimidad se conoce como Gran Enigma. Los viajeros creen al principio que el nombre es un poco pretencioso, exagerado quizás, pero enseguida, apenas lo han contemplado y se han parado a pensarlo, reconocen que sí, que desde luego el nombre no puede ser más apropiado. Se trata de un inmenso reloj de arena cuyo número de granos, aun considerando los cálculos menos entusiastas, supera con creces el infinito. A los granos de arena del Gran Enigma se ha dado en llamar instantes, y cuando observan su paso por la garganta los viajeros creen estar a punto de comprender algo que es posible que nunca comprendan. 

Si miras el reloj de arena desde el exterior, eso se dice, los instantes se precipitan con una cadencia que invita al viajero a pensar en la medida de algo. En cambio, se dice también, si te sitúas dentro del gran reloj, los instantes estarán siempre ahí, en el compartimento superior o en el inferior, y no cambiarán, ni desaparecerán, ni se olvidarán. Estarán permanentemente ahí, eso es todo.

Así, los viajeros comentan que el tiempo solo existe fuera del reloj, cuando se está dentro no hay tiempo sino instantes que en todo caso viven su pequeño momento de gloria al pasar de un compartimento a otro. Pero no explica esto, no del todo, el rimbombante nombre Gran Enigma, sino el hecho, como ocurre también con el propio Palacio del Tiempo, de que el viajero nunca tenga la certeza absoluta de estar dentro o fuera de ellos, al fin y al cabo ambos son invisibles.




Por orden de aparición:
1- Puzzle, Alwar, India mid 19th C. A puzzle ball of carved and pierced ivory, consiting of four spheres within each other, all carved from a single block of ivory. The puzzle is to line up the holes in the spheres.
2- A Chinese Antique Ivory Carved Puzzle Ball With Stand.
3- Reticulated ball, China, 19th century.
4- Johannes Eisenberg, Germany. Vaso tornito, 1628, avorio, altezza cm 54,5. Firenze, Museo degli Argenti.
5- A turned ivory contrefait carved with three spheres and one cube. 18th century or later, possibly Germany. H. 43 cm.
6-  Cup and cover, 1681. This is a set of an ivory cup and cover made by Gran Principe Ferdinando de' Medici of Tuscany (1663-1713) in 1681. The stem is an open spiral coil. Inside the cup is the inscription; 'Princeps F. MDCLXXXI'. It was turned by the Medici Prince (son of Grand Duke Cosimo III) under the tutelage of Philip Senger (Filippo Sengher; active in Florence 1675-1704), who was the court-turner of ivory for the Medici in Florence. -V & A Museum-

Comentarios

  1. Las imágenes las he buscado en Internet. Aquí también
    hay algún ejemplar curioso. https://es.pinterest.com/jonsauer31/ivory-turning/?lp=true

    ResponderEliminar

  2. Os envío el cuarto (y último) capítulo de Ciencia y Tiempo entre amigos. Como veis, es un poco distinto de los anteriores pues en esta ocasión he jugado con el nombre del proyecto, además de con la idea, más o menos, del tiempo del físico Julian Barbour.
    Un abrazo.

    José Ortega García

    ResponderEliminar

  3. Gracias Pepe, por este cuarto capítulo dedicado al Palacio del Tiempo, -maravilla de las maravillas-, que nos has hecho visualizar a través de tus hermosas palabras.
    Siendo tan fácil soñar despiertos, por qué nos complicamos tanto la vida…
    Un fuerte abrazo,
    Rufo

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Pepe, por la creación de Palacio del Tiempo. Estoy deseando ir antes que se masifique, ya sabes las horribles consecuencias del turismo de masas. Definitivamente, si me lo permites, gastaré allí mis días de vacaciones…O puede que más.

    Ramón

    ResponderEliminar
  5. Por supuesto, Ramón, y además, bueno, se me ha olvidado decir que en el palacio hay también unas discotecas y unos restaurantes de puta madre.

    Pepe


    ResponderEliminar
  6. Gracias Pepe. Fascinante historia y fascinante teoría la de Barbour, quien iba a decir que esta exposición iba a generar todo esto!

    Un fuerte abrazo

    Chaf
    Jesús

    ResponderEliminar
  7. Estoy de acuerdo con los compañeros. A esto me refería cuando hablaba días atrás de un material paralelo y que no fuese el texto crítico (que sólo suele leer el aludido) Este "cuento" es de esas obras (es una "obra", amsorri Pepe) que completan y dan unidad a nuestro proyecto conjunto. Me encanta, de haber tenido más tiempo, seguramente, habrían surgido en alguno de nosotros los "ecos" que tu texto provoca.
    Voy corriendo a plantarlo en el Huerto.
    Gracias Pepe O.
    Esto marcha.

    Julián

    ResponderEliminar

Publicar un comentario