El campanario__Ramón V



El campanario da las ocho de un atardecer de primavera. Entre toque y toque, los murciélagos, con absoluto descaro, trazan raudas, imprevisibles trayectorias en todas las direcciones que imaginarse pudiera y, de cuando en cuando, se suspenden en el aire, se hacen visibles a mis ojos, quietos por un instante. Me maravillan sus automatismos endiablados y eficaces, su manera de vivir la velocidad.
Su vivir es rectificar su extraña dirección, son un paradigma del instante, de la transformación constante que nos rodea, del tiempo que consideramos real y su devenir. Un aquí y un ahora referente para los otros ni aquí, ni ahora.  Como dice Luis Francisco Pérez:” … Los fragmentos y jirones que la memoria ha conservado en un estado de relativa pureza ni siquiera son así, pues esos mismos fragmentos y retazos cinco años atrás serían otros diferentes, y diría lo mismo transcurridos cinco años más desde el actual presente… Mejor y más saludable será intentar una instantánea…” (1)
En eso estamos, en vivir un instante congelado rodeados de materiales perecederos, nosotros mismos lo somos, con los cuales jugamos, en principio, un divertido juego que luego se vuelve obsesión, que luego se vuelve adicción y, como todo el mundo sabe, la adicción engendra el gozo y el dolor.
En eso estamos, en vivir una instantánea que nos ayude a inventarnos un futuro sin inventarnos un pasado.
En eso estamos, en  “…Abrir los ojos a la luz sonriendo; bendecir la mañana, el alma, la vida recibida, la vida ¡Qué hermosura!”.(2)
En eso estamos, en un acto de propaganda de la vida mientras suena la música del tiempo.
En eso estamos cuando, todavía, el tiempo es una definición asombrosa que nos lleva a la luz: “La del alba sería”. Luego el tiempo deja de ser un valor y los cuerpos dejan de ser. Entonces es el momento de decir: Hinèni.(3)

1(1)   Luis Francisco Pérez: Auacrag, la melancolía de los virtuosos.
2(2)   María Zambrano: Adsum, En Delirio y Destino, Madrid, Ed. Mondadori, 1989, pp. 21-22
3(3)   Leonard Cohen.


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